Fue un súper en el que Boca lo ganó a lo Boca y River lo perdió ni siquiera a lo River de los años 90: casi ni llegó.
En La Boca no hay Wifi, imposible conectarse, amigo, pero todo el mundo, 50 mil personas, están online: una electricidad más fuerte y potente que cualquier fibra óptica los conecta a todos. En La Boca no hay espacio, ni un lugarcito libre, pero en esta casa el corazón siempre es enorme. En La Boca no hay Covid, ya ni un barbijo se ve, pero todo el mundo está contagiado por esta enfermedad, esta pasión Azul y Oro. En La Boca no es noche de brujas, pero se ven fantasmas y fantasmitas por todos lados. En La Boca, el equipo de Ibarra gana el partido más importante del torneo, pero nadie mira la tabla. ¿A quién le importa a cuántos puntos está ahora Atlético Tucumán? ¿Quién sabe cómo salió el Lobo en Rosario? Qué relevancia tiene todo eso ahora si Boca ya es campeón. Como ya fue campeón en el Monumental con la camiseta amarilla y el chamán y ese grito de “hijos nuestros morirán”. Porque esto, este triunfo, vale un título.Que no queden dudas: Boca aprendió (mejor dicho, recordó) cómo se juegan los Súper. Líneas apretadas, dientes apretados, pierna fuerte. Meter y correr. Correr y meter. Y justo en el Día del Maestro, Gallardo da su peor lección. El Muñeco, tantas veces decisivo, tantas veces elogiado y ponderado, tantas veces determinante en los clásicos, ensaya una formación sin 9. Y sorprende. Principalmente sorprende a Suárez y Solari: dos delanteros entre algodones. Sin un 9 y con Juanfer de entrada, además. Un Juanfer que juega más por el que fue que por el que es. Y a los tres les cuesta mucho el partido. Pierden la pelota, chocan, caen. Sufren el rigor físico de un Boca hambriento, de un Boca listo para dar batalla en cada sector. A los tres les falta una marcha y son presa fácil para Nicolás Figal y Marcos Infrarrojo.
Es raro decirlo, es raro escribirlo, pero esta vez, Gallardo empeoró a River. Pateó el tablero… y rompió todo el mobiliario. Desarmó a su propio equipo. Antes y durante el partido. De jugar sin 9 en el PT pasó a jugar con doble 9 en el segundo. De jugar con línea de cinco, pasó a poner a Paulo Díaz de lateral. Todo raro. Todo forzado. Un plan maestro que fue puro desconcierto para sus propios jugadores. Porque más allá de ganar o perder un clásico (eso a veces es algo fortuito), lo cierto es que su River jugó mal, muy mal. De sus peores partidos del torneo.